A quienes la pasión por la palabra no les permite abdicar en el gusto por las conversaciones o dejar simplemente una oración a medio terminar les toca, ya sea por ventura o pena, buscar formas que les permitan mantener con sus amigos la asidua participación en sus palabras. Es una especie de vanidad, digámoslo bien, es una vanidad a la que se ven obligados y esta les exige la existencia de alguien para que los escuche o lea.
Uno puede verlos quebrarse en austeros silencios, van muriéndose, sus propias palabras los carcomen, les obligan mucho más que una boca callada, en sus adentros hay eclipses constantes ensombreciendo su dicha. Cuanto cuesta una palabra si se escucha de un palabrero en la calle, seguramente nada, cuánto se pagaría porque los demás lo escuchen, y luego de la escucha, por supuesto tener una réplica sincera que permita más aventuras. Que no se creen Cristo, buda o mahoma ! No solo quieren ser escuchados, ellos también quieren que les hablen, que los inciten, una pregunta en su oído es casi un desnudo sensual bajo la calidez del amor.
El desconocido al que le hablan de algún tema sobre el que su claridad es ropa en remojo los mira incrédulo o sorprendido por la agudeza de las observaciones, tan solo recrea el asombro con nobleza y los deja seguir sin atrevimientos. No es que el gusto por la palabra ya obligue una justa proporción de sabiduría, pero es que parte del gusto por las conversaciones es justo encontrar líneas de comunicación que permitan el encuentro de esa sabiduría que se da en una charla. Así van, parte de sus dolencias incluyen la obligación de estar comunicándose, no cren en sabios que hablen con silencios y menos en libros que solo entiende quien los escribe.
Oscar Vargas Duarte
http://oscarvargasduarte.spaces.live.com
jueves, 13 de noviembre de 2008
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2 comentarios:
Hay quienes se esclavizan del silencio.
Hay quienes son libres en la palabra
Excelente texto, gracias
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