lunes, 20 de octubre de 2008

No hay destino cierto

La cordillera se abre al paso del vehículo como mujer ansiosa de ser penetrada.

El campo desfila vertiginoso ante la ventanilla, empañada por la humedad de la tierra que se evapora como el beso de un extraño. Desde adentro la mirada se posa sobre la extensión verde que se pierde en perspectiva infinita, pigmentada de pequeños puntos amarillos, blancos y violetas. La luz se va muriendo detrás de las colinas y el perfil de la cordillera se asemeja a una mujer que descansa tras el amor, sobre los brazos de su amante, dispuesta para ser poseída una vez más.

Unas manos que intentan apaciguarse, repasan una y otra vez los hilos de la prenda que envuelven su cuerpo, helado por el viento que se filtra inquisidor entre su escote. El conductor pregunta a donde van, la mujer musita una respuesta vaga señalando hacia donde la vía se pierde entre las montañas.

No hay destino cierto en esta tarde que se abandona sin temor a la oscuridad que la va envolviendo en su abrazo ineludible.

No existe una ruta definida para un crepúsculo de soledad y destierro de si misma.

No importa el dónde si el ahora es tan intangible y se escapa entre los dedos, como los segundos que fenecen en la tristeza de no saberse imprescindibles, y la voluntad de andar está extraviada en un lugar tan ajeno al momento preciso en el que se trasiega por las hondonadas de la imprecisa existencia.

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